sábado, 10 de noviembre de 2018

EL PRÍNCIPE DE LA SABANA.

Un chillido sonó en la mañana, como cuando el ''portoncillo'' del potrero se abre y rechina por la falta de lubricación en sus metales. 
Al fondo, en los pastizales, se veía el árbol de guanacaste con sus ramajes imponentes dando la bienvenida al ganado y a sus pastores. La sola vista de aquel coloso era una invitación para llegar a sentarse bajo su sombra y sacar el ''gallito'' pa' desayunar como Dios manda. 

Entre hojas de plátano y ''limpiones'' blancos con bordados hechos a mano por las ''abuelitas'' los campesinos y pastores de ganado empezaban a saborearse su desayuno. Apenas eran las seis treinta de la mañana y aunque era muy temprano pues, el trabajador con hambre no trabaja bien, así que había que darle algo a estómago. 
Y empezaban a emanar los aromas a ''gallo pinto'' con tortilla ''palmeada'' . A ''cuajada'' fresca  lista para darse cuatro gustos. Sentados en las raíces del gigante guanacasteco los peones y trabajadores con sus pañuelos rojos en el cuello y sus sombreritos pal' sol  empezaban a ''llenar la tripa'' 

A lo lejos se veía venir al capataz, que bueno, el no traía nada para comer porque siempre alguno lo invitaba. Con cara de ''cascarrabias'' con su machete en la cintura, bien ''afilaito'' se acercaba donde los señores estaban comiendo su tamal con ''cafecito chorreao'' y nada más iba pasando revista para ver cual estaba más cargadito de comida. 

El viento soplaba frescor en la mañana, siendo las siete en punto empezó don Cornelio a repartir trabajo entre los pastores y peones del lugar como todos los días de la semana a la misma hora. 
Unos a cuidar el ganado, otros a ordeñar las vacas. Algunos a reparar la cerca de la finca para evitar que se metieran los amigos de lo ajeno a llevarse las vaquillas. Y los más jóvenes a cortar el pasto malo de la finca para que cuando llegaran los dueños aquello estuviera bien ''aseadito'' y como es de suponerse, Don Cornelio a enamorar a la cocinera pa' que en la tardecita le diera su buen almuerzo. 

Todos los bolsos y alforjas quedaban al pie del enorme guanacaste, colgados en sus ramas para que los perrillos no le llegaran a la comida. Y el puñado de bicicletas ahí mismo mal acomodadas, el medio de transporte de los vecinos para poder llegar y salir del trabajo. 

El día avanzaba en el potrero y todo mundo apurándose para aprovechar el tiempo  porque en los campos los minutos se van en un abrir y cerrar de ojos. En un pestañeo ya eran las tres de la tarde y nadie quería salir tarde al pueblo para poder hacer las compras de la noche. Ir al mercado y conseguir la verdura y el pancito del día siguiente y llegar a compartir con sus familias la llegada del anochecer. Y lo más jóvenes llevar a su novia de paseo por el pueblo. 
Don Cornelio, el capataz, vivía ahí mismo y a ese no le preocupaba nada. Solo la molestia de ver como se escapaba de la cocinera que al final de la tarde lo andaba buscando para que le diera sus cariños a cambio del almuerzo que le había dado. Y este medio sinvergüenza  se perdía entre el ganado y el guanacaste para no pagar la deuda del enamoramiento. 

Otro día más en mi hermosa tierra, allá en los polvorientos caminos por donde a pie descalzo pasan todos los trabajadores viendo desde las afueras al imponente y  majestuoso rey de los campos. El árbol de guanacaste príncipe de años de aquella pequeña sabana en medio del paraíso... 

 Rapherty Villalobos Soto 
Autor de Ilusiones 
Costa Rica 
derechos reservados de autoría. 


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1 comentario:

  1. Retrato de un jornada común, donde el autor nos introduce a ese fascinante mundo de los comuneros y su día a día de tal manera que nos sentimos parte de ellos y vamos sintiendo en la piel las vivencias que ocurren en ese pequeño paraiso perdido en algún lugar.

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