jueves, 31 de enero de 2019


DON LUPE.

Radiaba el sol a las seis de la mañana; y Don Lupe ya estaba en pie llenando las alforjas con la comida del día. Abrió las ventanas que parecían pequeñas puertas de madera, entrando de inmediato el frescor del verde cafetalero que rodeaba la propiedad.
A sus cincuenta y dos años, don Guadalupe Avendaño, como es su nombre completo, se sentía en sus propias expresiones como un chiquillo de veinte años. Con sus manos fuertes y llenas de callos a causa del trabajo, la poblada barba blanca por las canas en su rostro tosco de aquellos hombres de antaño. El escaso cabello que le cubría la coronilla, así como un metro ochenta y cinco de estatura que infundía respeto por donde quiera que pasaba.
Su mirada penetrante y fuerte, sus brazos musculosos torneados a causa del embate del cuchillo en su mano contra el monte y la mala hierba de los prados que ha cuidado durante treinta años. Don Lupe, como le decían los amigos de cariño, era realmente un hombre que se formó entre cafetales, entre senderos y troncos de leña quebrada a mano, que era lo que quedaba después de que su trabajo fuerte pasara por los lugares donde existían las faldas de la montaña.
Poniendo en sus alforjas el pan y el queso ahumado que se preparaba en la chimenea. Un recipiente de cerámica fina bien ''tapaito'' como decía él, lleno de frijoles, en otro plato el arroz fresco, recién cocinado. Una botella de lechero con un plástico ''amarrao'' donde se mantenía caliente el cafecito pa' la tarde. Y el pañuelo blanco, como la misma paz que se respira en la tierra, que era el que mojaba con agua del riachuelo para apaciguar los calores de la marcha del día
Son las seis quince de la mañana, y Don Lupe se ha colocado el ''machete'' en la cintura, las alforjas al hombro y el chonete que no se le puede olvidar para tapar el sol y no quemarse la cara. La faja del pantalón bien apretada, y sus botas de hule para cubrirse los pies.
Va dando sus pasos por el pasillo de veraneras que está frente a la casa, y aprovecha para soltar a sus dos fieles acompañantes. Dos perros que no le dejan solo ni un segundo y le cuidan ferozmente como si fuera lo único que tienen. Manchas y Boby, como don Lupe los llamaba. Dos perros de casería que iban delante del señor anunciando la llegada del hombre sencillo a los campos. A lo largo de la entrada de la finca se escuchaban ladrar los dos fieros animales, con su aullido largo y expresivo y unos cuantos metros atrás se sentían los pasos de aquel que se encargaba de que todo estuviera en orden.
Ya estaba por dar las siete de la mañana, como de costumbre don Lupe llegó al bodegón donde estaban sus herramientas, colgó las alforjas bajo la sombra del palo de mango, donde se mantendrían los alimentos lejos del quemante sol, y en las raíces de aquel árbol de fruta, echados los dos guardianes y amigos de don Lupe, Manchas y Boby.
Desabrochó hasta medio pecho su camisa, dio dos dobleces a las mangas para no ensuciar mucho los puños con la mezcla de sudor y polvo, empezando su labor de todos los días.
Solo es escuchaba el choque del filoso cuchillo contra el monte, cuando en cada arrebato la hoja cantaba su canción laboriosa con el viento. Luego podar las matas de café, para prepararlas para la próxima cosecha, y la recolección a mano limpia de las varillas  que servían como leña para los fogones de los patrones. Se le metían algunas astillas en las manos cada vez que cortaba los pequeños troncos, y cuando limpiaba las arraigadas maderas que sobraban de las matas que ya no daban fruto, pero don Lupe seguía valiente dejando sus venas en el trabajo libre, porque en la piel de sus manos ya no se sentía la herida, ni la llaga de la leña, ni de la empuñadura del cuchillo o del hacha, porque sus callosidades eran ya el fruto de las caricias de los años en el campo.
El sudor bajó por la frente de don Lupe, cuando dieron las cuatro de la tarde, tomó su cuchillo y lo puso en la funda, para llegar a la casa a llenarlo de filo para el día siguiente, así que lanzando un silbido llamó a sus dos amigos, les recompensó con una pieza de pan a cada uno y tomó sus alforjas  emprendiendo la marcha a su casa mientras la tarde moría...
Solo el sol se despedía entre las nubes que besaban los altos de Barbacoas, entre los cerros acostados de Santa Lucía y Piedras Negras, por donde el verano había tranquilizado el paso del río Picagres y llenado de hojas los senderos de mi hermosa tierra puriscaleña...

Rapherty Villalobos Soto
Costa Rica
derechos reservados de autoría 2019
Asi es mi Tierra Costarricense.
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jueves, 24 de enero de 2019


VERANO...

Solo la canción del viento se escuchaba aquella tarde. Al levantar la mirada podía notarse como las grandes nubes de algodón azucarado se movían al ritmo del soplido que dejaba la ventisca.
La señal veraniega de un enero lleno de hojas volando en los caminos. Ríos que van bajando poco a poco su caudal como queriendo ahorrar entre charcos y piedras el preciado liquido que llena de vida todo a su paso.
Es hora de respirar hondo y sentir el aroma de los caminos que huelen a madera seca que se usa como leña en los fogones. Se observa el árido terreno de los senderos del terruño rodeado ahora solo por los ramajes que han quedado desvestidos ante el paso de los días y su respiración implacable. Han caído todas las hojas... se levantan las granuladas nubes de polvo con el vendaval y sus embates... Y se logran observar a los pájaros carpinteros entrando en sus nidos taladrados entre los troncos de maderos que han sucumbido ante la madre naturaleza, como el mejor escondite ante el sol, la mejor forma de huir del viento bandido y ladrón de posibilidades sombrías.
Empiezan las carreras entre nubes blancas y ambarinas. ¿Cuál ha de llegar primero a besar la montaña? El soplido huracanado mezclado con calor de tierra se va discrepando... se evaporan los tiempos entre gotas del rocío que se han escondido bajo los hongos blancos de un tronco de cedro que amargo llora su próximo morir...
Se observa la tarde... Y los aromas de frescor empiezan a buscar su salida para avisarle a la noche que es hora de levantarse.
El cielo está adornado de ambarinos colores, que se mezclan con la blancura tímida de las nubes que ya se van dejando vencer por el sueño de un día más que llegará.
Se cobija la tierra con las hojas multicolores, algunas verdes, otras teñidas de verano, otras quemadas y algunas dispuestas a volar...
Se ven las arboledas secas, soñando entre el danzar de una noche que se asoma, y la carrera de las nubes llegando al monte que cantante solo besa las horas para hacerse más viejo cada año...

Rapherty Villalobos Soto.
Autor de Ilusiones
Costa Rica
derechos reservados 2019.




jueves, 10 de enero de 2019


INUNDADA MI INSPIRACIÓN

Mientras daban las seis menos diez minutos en el reloj, y mis ojos se levantaban mirando la altura de la montaña. El verdor se hacía mas notorio entre segundos que morían con lo poco que quedaba del anochecer anterior.  El sol imponente abrasaba la colina, besándola con sus rayos de calor que poco a poco iban secando las sudorosas gotas de rocío que andaban bailando entre las hojas de las matas de café.
Amanecía en las alturas de Escazú, cerca del cerro del Bello Horizonte, y se evaporaba con la llegada del astro rey, cada esperanza que descansaba sobre los ramajes de algunos pinos y cipreses. Enamorados los cielos de la tierra, coqueteaban algunas nubes blancas entre horas de nueva luz. Agonizaba la madrugada que se marchaba con su frío y su soledad... Con los ojos soñolientos se pintaron de azul mis pupilas, y mis labios se llenaron de emoción al sentir que la brisa en mi rostro me cantaba la canción de un  nuevo amanecer.
Ya se sentía el ''calientito'' de aquella luz maravillosa que adornaba cual corona la montaña, como si esta fuese la reina homenajeada de la naturaleza. Con su falda de arboledas y sus guantes de neblina, con sus zapatillas de cristalinas gotas de lluvia pasada, y sus pendientes de lirio colgando de sus orejas. Ataviada a su cintura el cerco de veraneras, con una piedra enorme que sostiene la base donde se posa para contemplar su reino.
Ya son las seis con diez minutos en la mañana, y el día va caminando en busca de su perfección. Se ven las gentes saliendo de sus casas para ganar el pan nuestro de cada día. Se llenan los caminos, se inundan los senderos, se escucha el sonido de los pasos del labriego sencillo llevando al pasto el ganado bajo la mirada imponente del sol que besa la colina sin tregua en este hermoso iniciar de vida. Los aromas saliendo de las cocinas, y las mesas adornadas con las manitas callosas de las mujeres experimentadas que han dado a luz con dolor los hijos que resguardan estos montes.
Llora el yigüirro su lamento clamando al cielo por la lluvia, y se mira la guaria sobre las tapias saludando al caminante. Sonríen los ríos con sus canto y vuelan los sueños de aquel hermoso paisaje que se describe con tan solo una mirada...
¡Así es mi tierra!... Pedacito del cielo que Dios nos dio, y que hoy inunda de alegría mi inspiración.

Rapherty Villalobos Soto
Autor de Ilusiones
Costa Rica
derechos reservados de autoría 2019.
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Cae la tarde

 Cae el atardecer sobre las montañas josefinas, se adorna la capital con su frío veraniego dando un matiz ambarino a los pasos de la gente q...