DON JACINTO
Don Jacinto era un señor ya de avanzada edad, ya sus años eran cercanos a los setenta y ocho, y aún así seguía disfrutando de las caminatas por los senderos de Santa Lucía. Con su paso pausado, y el bastón que el mismo creó, su sombrerito, y su pañuelo en el cuello para evitar el golpe directo del sol. Sus pies descalzos, y sus pantalones de ruedos recogidos, su cabello pintado de blanco por el paso indiscutible de tiempo. Yo lo vi pasar más de una vez por mi casa. Aquel hombre forjado por los años, de manos duras y mirada penetrante, de voz firme como su voluntad y sus creencias. Humilde en su accionar, pero valiente en su fe.
Se le vía siempre subir por aquellos terruños, con la misma fuerza a sus años que cuando tenía veinte. Siempre lleno de energía, con su saquito al hombro, que luego llenaría con las compras del mercado. Don Jacinto caminaba como si nada subiendo la colina, marcando sus huellas en el polvo y el lastre de las callejuelas. Pasando cerca de la quebrada por el recibidor de café, viendo a los hombres nuevos con palas en mano removiendo la semilla con astucia como cuando él era más joven...
-A que tiempos aquellos- decía en sus adentros con nostalgia y con la mirada perdida en el cielo, que según él cada día lo llamaba con más fuerza.
Los recuerdos invadían el alma de aquel Señor, que a veces suspiraba de tanta nostalgia al no poder regresar el tiempo para vivir de nuevo sus años mosos. No porque no estuviera satisfecho por lo vivido, sino porque le gustaría repetir aquellos días de trabajo campesino, las tardes de amores en el parque puriscaleño, y las noches de inocencia cuando iba a visitar a la ''noviesilla ''
Miraba de frente ya a punto de terminar el sendero, que por tantos años ha recorrido. Don Jacinto sonriendo, hacía que se le marcaran más aún las arrugas de su rostro, su ceño fruncido por los gestos faciales, no por molestia, sino por el montón de años, quitándose el sombrero para secar el sudor de su cabeza víctima de la calvicie, se sienta bajo la sombra de un árbol de ''poró'' que tiene más edad que él mismo, para retomar aire y sorber un trago de agua.
Se ve como el agua al bajar de la botella, llena la boca seca de aquel Don, en cuyas manos temblorosas yace la existencia de casi un centenar de años.
Ya fresco se presta para seguir su paso, toma su bastón y emprende la caminata de su vida esperando que el sol tenga piedad de su piel ya tostada.
Suspira y mira al cielo diciendo con solo ver la posición de astro mayor -ya van a dar las once de la mañana-
Justo a tiempo para luego devolverse por el atajo del cafetal para llegar a su casa.
A bocanadas de aire da el paso sobre la tierra, sin que le importen las piedras pequeñas y afiladas que se le incrusten en los pies. Con su bastón de ''palo de guayaba'' se apoya una y otra vez hasta ver ya la primer casa que le anuncia su llegada al destino deseado.
-Adiós Don Jacinto, que tenga buen viaje- se escuchan las voces de los amigos que le ven pasar, y él levantando al mano, solo hace la seña necesaria para no perder su ruta hablando, pero a la vez para devolver la cortesía.
A sus setenta y ocho años, Don Jacinto, puriscaleño se pura cepa respira los aires de su pueblo, dando gracias Dios, por aquel lugar de paz donde caminó toda su vida...
Rapherty Villalobos Soto
Costa Rica
derechos reservados 2018.
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