Ella se levanta al dar las cuatro y media de la mañana todos los días. No puede evitar iniciar el día a día de esa manera, no tiene domingos, ni días festivos. Todos los días son iguales a todos.
Allá en mi bella Santa Lucía, ella empieza su hacendosa mañana abriendo las ventanas de la casa, dejando que el frescor de la madrugada que apunto de partir está, entre...
Con sus manitas aún algo entumecidas por el frío, abre la puerta que da al patio de la casa, y se dirige a donde está la leña apuñada por ella misma. Leña que ha sido partida y quebrada por el hacha en sus manos femeninas, detalladas y delicadas pero maltratadas por el tiempo, por el trabajo, por los días y los años.
Ya dispuesta a darle vida al fuego que abrasado se esconde en el fogón, colocando dos maderos grandes, la llama empieza a tomar fuerza, calentando el disco donde será colocada la cafetera con el agua, para que cuando llegue a su punto se pueda chorrear el café.
Toma una vasija de cerámica y la lava bien, dejándola reluciente de limpieza, y en ella vierte la maza de maíz blanca y pura, mezclandola con la sal para darle el punto necesario, y batiendo con sus manos para formar la materia prima para ''echar las tortillas de la mañana''
Toma el rallador, una pieza de madera con agujeros afilados que hacen que el queso blanco de haga polvo para aliñar de sabor la creación.
Son las cinco de la mañana, ya el fuego está en su punto, colocando el ''comal'' sobre el fuego como con arte de malabarismo, sin quemarse un dedo, sin usar ningún instrumento, coloca las esferas de masa con queso sobre el plástico y empieza a golpearla varias veces con una mano, mientras con la otra gira el quehacer dándole la redondez necesaria y tirándola al ''comal'' para que se cocine.
Ella, con sus cabellos recogidos, sus manitas morenas y su mejor sonrisa puesta, ve como el sol inicia su aparición. Mientras que de la cocina se despiden los aromas a terruño, a cefecito fresco recién chorreao, a tortillas palmeadas con queso...
En el techo de la casa, en sus bordes se ve la noche triste convertida en gotas de roció que caen sobre las orquídeas que adornan la entrada. El radiante astro rey ya indica que se pueden apagar las velas de la casa y de la cocina porque ya se hizo la luz.
En el piso de tierra de la casita donde no se ve más que el suelo apermasado por los pasos y las huellas de las sandalias de la mujer dueña de su hogar.
La brisa da los buenos días a la mirada de la mujer, le acaricia el rostro con delicadeza indicándole que pronto lloverá.
Así que ella apresura su paso para aprovechar la mañana, en los adentros de la casa todo está rechinando de limpieza.
Levanta su visión a las montañas, viendo fiera y cariñosa a la vez el mundo, con el pañuelo en su cuello toma el hacha en las manos y empieza a castigar los maderos con la filosa hoja de la herramienta, y así crear los trozos de leña para alimentar el calor del fogón durante el día.
Se va a al patio, debajo del palo de mango, donde las gallinas tienen sus nidos, y recoge los huevos que se encuentra. Barre con el mimbre los polvorientos senderos de su casa y después toma la bolsa de trigo y lo esparce sobre la tierra dando de comer a las aves que le dan parte de su alimento.
Ella, mujer campesina que no tiene descanso, que con esmero, dedicación y valentía se levanta sin ninguna pereza, ni remordimiento a enfrentar el día a día.
Ella es la dueña de mi bello Santa Lucía, allá en mi querido Puriscal...
Rapherty Villalobos Soto
Costa Rica
derechos reservados 2018
Para el Blog Así es mi tierra.

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