domingo, 18 de marzo de 2018

Una pequeña y gran Diferencia. Había una vez, un joven llamado Joselito, que a sus doce años todos se burlaban de él, por la simple idea de ser algo diferente. Sus padres le decían siempre que su llegada había sido una bendición para su hogar, y aunque algunos así no lo creyeran, por no estar de acuerdo con las diferencias de Jocelito, para evitar las burlas y maltratos de los habitantes de aquel lugar lejano, sus padres decidieron llevarlo a vivir a un lugar donde nadie pudiera verlo. Don Camilo, que era el nombre del papá de nuestro amigo, era un hombre de una estatura promedio, ya entrado en años, tanto así que ya ni cabello tenía, por eso usaba siempre un sombrero ancho que casi le tapaba todo el rostro, siempre vestido con su camisa de manga larga, y pantalones de mezclilla, de carácter amoroso con su hijo y su esposa, pero como una fiera embravecida cuando se trataba de defender a su querido Joselito. La madre de Joselito, doña Myriam, que siempre fue una dulzura de mujer, de esas que en la casa, la cocina y los cuidados de sus seres amados, no había quien le ganara. Con sus lentes pequeños, y sus cabellos plateados bien amarrados, se le veía siempre adornando su casa. Joselito, aquel pequeño, siempre estuvo al lado de sus padres. Nunca se separaba de ellos, aunque en su alma siempre estaba la espina de la duda, acerca del ¿por qué? sus padres lo tenían tan cuidado. Él siempre se miraba en el espejo diciéndose a sí mismo... -Yo me veo normal, no sé que pasa con papá y con mamá que no me dejan salir a jugar con los demás niños, ya estoy cansado de estar siempre aquí solo con ellos- Pero lo cierto es que Joselito con apenas doce años, medía casi dos metros de estatura, y sus manos largas y sus pies grandes hacían que los habitantes del lugar lo vieran como un monstruo. Era difícil para don Camilo conseguir ropa y zapatos para su hijo, por tal razón doña Myri, como le decían de cariño, tuvo que aprender a hacerle la vestimenta a su muchacho, y los zapatos los hacía el anciano, cada año porque el joven no dejaba de crecer. Era tal la estatura gigantesca que adoptaba que incluso la casa era inadecuada para él. Con sus pantalones remendados y sus zapatos tejidos, a causa de la estatura, Joselito seguía creciendo sin nada que se pudiera hacer. Una vez no hubo más remedio que llevarlo al pueblo, y ya el joven estaba por cumplir trece años y dos metros treinta centímetros de estatura. -¿Cómo lo voy a esconder?- decía don camilo... -¡Qué todo salga bien!- decía doña Myri- Y Joselito con tal alegría al saber que iría al pueblo, ni siquiera se fijo en que la parte de atrás de su ropa estaba agujerada. Al llegar al pueblo las miradas de las gentes se posaron todas en el joven, que era imposible no notar, algunos lo miraban con asombro,
otros, solo
se burlaban y murmuraban entre risas por la estatura del niño. Pero Joselito, tenía una sonrisa que iluminaba todo a su camino... Viendo los ventanales de las tiendas, maravillado por el paisaje de pueblo, jamás se había sentido tan feliz. Vio en un parque pequeño, unas mecedoras en donde apenas y podía sentarse, pero su infancia lo llevó a disfrutar de aquel momento sin percatarse que la gente solo se reía. Jamás olvidaría aquel día. No le importó en lo más mínimo la ignorancia de aquellas personas. Si no que el era feliz paseando por las calles tomado de la mano de su padre que solo disfrutaba de la alegría de su hijo. Esa fue la primera vez en mucho tiempo que el gigante pequeño, como lo habían apodado, llegó al pueblo. Los único que se atrevieron a acercarse fueron otros pequeños que, llenaron de preguntas a Joselito, que él respondió muy amable y al ver que el era igual que todos los demás no dudaban en jugar con él. El tiempo todo lo cambia, ya don Camilo y doña Myri no podían estar más al tanto del cuidado de su hijo, ya Joselito era un hombre de veinticinco años, con casi cuatro metros y diez centímetros de estatura. Y solo él podía hacer las tareas y las compras en el pueblo. Joselito se convirtió en un joven fuerte y valeros, de buen parecido y de gran tamaño, su sola presencia asustaba a cualquiera, ya que parecía que estaba siempre tocando el sol. Un día, Joselito, salió al pueblo, pues no tenía otra opción. Y ya la gente al verlo convertido en un hombre, no se atrevían a burlarse de él, sino que lo miraban con respeto. El en sus adentros seguía siendo aquel humilde y sencillo muchacho que sus padres criaron. Solo que ahora era más hábil con sus manos, y tenía conocimientos que su padre le había dado. Ese día al pasar por el pequeño parque notó que las mecedoras donde jugaban los niños estaban ya destruidas por el tiempo. Así que pensó en reconstruir aquel lugar que en su niñes le dio tanta alegría por primera vez. No titubeó un segundo y corrió a donde el dueño de una tienda, y le dijo: -Señor, por favor, présteme una carreta y un caballo- y aquel amigo se los dio más por miedo ante el gigante que por ayudarlo. Subió lo más aprisa que pudo, y tomó unos troncos de madera, sus herramientas especiales, y bajó como de rayo de nuevo al pueblo. -Joselito hijo ¿dónde vas tan apurado con todo eso?- -Ya regreso papá, voy a reparar algo al pueblo- exclamó el muchacho. Al llegar todo un contingente de personas lo esperaba, pero a él eso no le importó, como la primera vez que vino al pueblo. Y empezó a trabajar con inteligencia, con fuerza y dedicación en las mecedoras y columpios del parque. Al verlo algunos niños le decían -¿te ayudamos?- y él solo asentía con la cabeza sin perder la concentración. Unos le alcanzaban los troncos, porque por su estatura se le dificultaba agacharse, otros le sostenían los cabos de madera para que el los trabajara y armara. Los niños y aquel gigante pequeño, trabajaban muy a gusto en lo que hacían, hasta que al caer la tarde ya el trabajo estaba terminado. Se sentó a ver mientras los niños llegaban a jugar. Apenas y caía el sol del atardecer, y Joselito tenía tanta alegría en el corazón, que se olvidó que todo el pueblo estaba mirando lo que él hacía. Le devolvió los caballos y la carreta al tendero, dándole las gracias... -Gracias Señor, muy amable- y este no perdió oportunidad... -A ti las gracias muchacho, eres bueno en tu trabajo, aquí puedes ganar algo de dinero para ayudar a tus padres, mi casa necesita repararse, te pagaré bien- Y se fueron sumando otras personas con confianza, manifestando lo mismo, y se asombró al ver la aceptación de la gente... Pero su alegría estaba en ver a los niños columpiándose y meciéndose en el parque así como el lo había hecho... Sin importarle diferencias, opiniones o pensamientos, Joselito era feliz... Rapherty Villalobos Soto Autor de Ilusiones Derechos reservados 2018.




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